Memorias europeas de Francisco Sosa Wagner en El Cultural


Francisco Sosa Wagner. Foto: González
El nombre de Francisco Sosa Wagner (Alhucemas, Marruecos español, 1946) empezó a sonar en el debate político al publicar junto con su hijo Igor en 2006 El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España. La comparación de la situación española (en especial el pulso de las autonomías y los nacionalismos periféricos contra Madrid, epítome de todos los males) con la que había sufrido el imperio austrohúngaro en las décadas iniciales del siglo XX -pronto atizada por el propio Sosa Wagner con cáusticos artículos en la prensa, en especial en El Mundo-, avivaron la controversia sobre la deriva centrífuga del Estado español y sin duda alguna contribuyeron a que un pequeño grupo político entonces emergente, Unión, Progreso y Democracia (UPyD) pensara en el incisivo catedrático como número uno de ese partido en las elecciones al Parlamento europeo que se celebrarían en 2009.

Precisamente, el volumen que nos ocupa comienza en el verano de 2008 en Santander, cuando Rosa Díez, líder de UPyD, le propone personalmente a Sosa Wagner encabezar dicha lista. Empieza así, como reconoce el propio autor, una nueva fase de su vida, por un lado apasionante desde el punto de vista profesional y humano pero, por otro, tremendamente desazonadora y hasta frustrante. ¿Por qué estos aspectos negativos, que terminan tiñendo el libro de la melancolía del esfuerzo inútil? Pues en parte por los laberintos burocráticos de la construcción europea, la complejidad de la maquinaria administrativa supranacional o los intereses enfrentados y muchas veces poco confesables que rigen el día a día de Bruselas, Estrasburgo y el resto de capitales comunitarias. Pero lo peor es la política mezquina, cortoplacista y oportunista de tantos políticos ineptos o venales -sin contar los lobbys- que usan sus palancas de poder para medrar o para conseguir beneficios particulares. Y, por supuesto, no hablamos solo de los rivales sino, sobre todo, de los compañeros de partido, que se revelan como los auténticos adversarios, por no decir enemigos.

Hay que tener en cuenta, llegados a este punto, que Sosa Wagner no es un político al uso. Ni siquiera una rara avis política. Es un experto y un intelectual metido durante un cierto tiempo en el circo político. No es extraño que entre él, un hombre culto, reflexivo e independiente, y los habituales arribistas de pasillos y burócratas obtusos salten chispas. El autor las atempera con dosis considerables de ironía o de abierta burla distanciada, sin que por ello se resienta una bonhomía que salta a la vista. Pero la ingenuidad de Sosa limita por otro lado con su vocación de bon vivant. He aquí, en todo su esplendor, un intelectual epicúreo que sabe aprovechar los huecos que le dejan sus múltiples ocupaciones para disfrutar de óperas, exposiciones pictóricas y visitas turísticas en general, pero también para dar cuenta de los buenos quesos, foie gras, vinos y otras exquisiteces gastronómicas de los lugares que visita.


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