Mario Lacruz sería lo bastante generoso como para convertirse en mi primer editor. Fue durante su época en Argos Vergara


(Fotografía del escritor Pedro Zarraluki, Adoratio, CC BY 3.0)

 


Ayer, 2 de marzo, falleció a los 70 años el escritor Pedro Zarraluki.

Lo queremos recordar con el prólogo que escribió en 2005 para la novela Concierto para disparo y orquesta, de Mario Lacruz.


CUANDO MARIO LACRUZ entró en el despacho, entraron con él una forma de vestir y de moverse a los que yo no estaba acostumbrado. Todo en él dejaba entrever un cierto cosmopolitismo de corte europeo que, en la Barcelona de aquella época, hace ya de eso treinta años, sólo podía conocerse por medio de algunas novelas ambientadas en países mucho más desarrollados que el nuestro. Por ello, cuando Mario Lacruz entró en el despacho, tuve la impresión de encontrarme ante la visión de un futuro literario lleno de resonancias y promesas, o ante un hombre sin tiempo.

Lo saludé con los nervios propios del joven autor inédito que yo era por entonces, y tomamos asiento a una mesa junto a la agente literaria Carmen Balcells. Ella me había dado instrucciones muy precisas. Dialogaríamos cordialmente durante unos minutos en los que yo debería demostrar a Mario Lacruz que mi afición por la literatura iba muy en serio, y luego, cuando Carmen me hiciera un guiño, debería argumentar cualquier excusa y dejarlos solos. La verdad es que no recuerdo de qué hablamos, obsesionado como estaba por atender a los ojos de mi agente. Me aterrorizaba la idea de no ser capaz de percibir su señal, y continuar sentado horas y horas, estropeando nuestro plan. Pero el guiño llegó, cómplice y fugaz, y lo vi. Entonces hice la mayor tontería de mi vida: me puse en pie, extendí una mano hacia Mario Lacruz, y le dije que lo sentía mucho, pero que debía retirarme pues me esperaba una cita muy importante. ¡¡¡¿Qué cita podía ser más importante que aquélla?!!! Salí del despacho horrorizado de mis propias palabras, y convencido de haber hundido para siempre mi carrera literaria antes incluso de haberla estrenado. Pero estaba equivocado. Pocos meses después, Mario Lacruz sería lo bastante generoso como para convertirse en mi primer editor. Fue durante su época en Argos Vergara.

A aquellas alturas yo ya había leído las tres novelas que publicó en vida: El inocente, La tarde, y por encima de todo El ayudante del verdugo, que me había entusiasmado y que consideraba, como creo que consideraba todo el mundo, el último capricho de un escritor que había decidido dejar de serlo. Ahora ya sabemos que nunca dejó de escribir, pero que sometió su obra a un silencio definitivo. ¿Por qué lo haría? ¿Por considerar que el resto de sus libros no merecían conocer la imprenta? De haber sido así, los habría destruido o habría dejado instrucciones en ese sentido. No, no creo que fuera ésa la causa. En mi opinión, Mario Lacruz editó demasiados libros, incluido el mío, llegó a saber demasiado de ese mundo tan complejo y tan frágil al mismo tiempo, y acabó convirtiéndose en un sabio distante de todos y de sí mismo. Dejó de publicar como quien dicta indolentemente una sentencia, pero continuó escribiendo porque escribir era lo suyo. Italo Calvino, que corría el mismo peligro tras su larga relación con la editorial Einaudi, y por lo tanto con «los libros de los otros», redactó su Si una noche de invierno un viajero para salvarse como autor, esa novela magnífica y resabiada que empieza explicándonos cómo debemos sentarnos para leerla. Mario Lacruz seguiría un camino bien distinto. De una manera extraña y complicada perdió el interés por verse editado, alcanzando así la esencia misma del gran juego de la literatura, la ocultación. Como dice uno de sus personajes: «Recuerda que lo que de verdad cuenta es lo que no se ve».

Felizmente, sus hijos han asumido ahora la tarea de recuperar sus libros, entre los que aparece este Concierto para disparo y orquesta, divertidísimo y certero homenaje a la literatura y el cine policiaco americanos. Hay en el libro múltiples ecos de la pasión que sentía Mario Lacruz por este género, aunque tamizados siempre por un sentido del humor con el que nos hace guiños cómplices y fugaces, guiños como el que me hiciera Carmen Balcells el día en que tuve la suerte de conocerle. Así sucede con la bella y enigmática Lily de Vries, que va dejando tras de sí una fragancia de perfume de, por lo menos, cincuenta dólares la botella. O con el protagonista, Whitey Bard, un compositor metido a guardaespaldas al que todo el mundo golpea y que, como no podía ser menos, acaba saliéndose con la suya. Mario Lacruz se divierte reproduciendo esa atmósfera —la de una ciudad americana de la costa en la posguerra europea, con sus gimnasios llenos de sordidez, sus muelles húmedos y umbríos, y en los suburbios sus bungalows destartalados— que tanto le había hecho disfrutar leyendo, y lo hace dejándonos disfrutar a su vez de su gran calidad como escritor. Los diálogos, omnipresentes, son de una riqueza y precisión admirables. Y entre las escasas descripciones hay perlas escondidas, como los ruidos y las conversaciones de un gimnasio, «que resonaban en el techo de la claraboya como en una concha marina», o la voz de una mujer siniestra, «helada como el estómago de una rana».

Estoy seguro de que Concierto para disparo y orquesta hará pasar un buen rato al lector, y muy especialmente al lector de novela negra. Pero hay algo más que homenaje a un determinado género en esta obra. Hay estudio y reflexión acerca del mecanismo secreto, casi de relojero, que sostiene las historias. Concierto para disparo y orquesta es una novela policiaca que nos habla de todas las otras novelas policiacas. Ya he dicho que Mario Lacruz alcanzó a saberlo casi todo del mundo de los libros. Al final de éste, resueltos los múltiples crímenes y tranquilizada la ciudad, llega el momento de separarse en un vagón de tren. Lily de Vries, algo enamorada, le dice al apaleado pero escurridizo compositor: «Te has portado con más valor y sagacidad que cualquier héroe de novela y eres más humano que todos ellos juntos». Desviemos los labios de Lily hacia Mario Lacruz, pues él más que nadie merecía oír esas palabras de su más seductora creación literaria.

Les deseo que disfruten con la lectura.

Barcelona, abril de 2005

Pedro Zarraluki

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