"Trilogía de la culpa" de Mario Lacruz en el Blog de Félix de Azúa

Para quienes hemos hecho de la escritura una faena infinita, es decir, no tanto un trabajo o tarea sujeta al régimen laboral, con sus progresos, despidos y jubilaciones, cuanto una relación de por vida que sólo acaba cuando lo decide la muerte, es siempre motivo de envidia la supervivencia de la obra de los artistas plásticos.

Los cuadros de un pintor suelen subir de precio y aprecio justamente cuando el artista muere. Se diría que al cerrar con un portazo irreparable el conjunto de la obra, ésta se convierte en un sólido único que de inmediato se valora en más que la individualidad de las piezas. Muy al contrario, cuando un escritor muere desaparece del mercado y sólo por milagro regresará algún día. Los editores calculan en unos diez años el plazo para poder reeditar obra de escritor muerto. Y en esta segunda salida por lo general naufragan.

Pensaba yo estas melancólicas cavilaciones tras leer una excelente novela publicada en 1953, "El Inocente", de Mario Lacruz, relato sin duda superior al noventa por ciento de lo que se ha editado en los últimos diez años y que tiene ese tinte de novela negra cuyo auténtico matiz marengo y humo de tabaco es imposible de reproducir en la actualidad. En las novelas negras de nuestros días no hay quien pueda creer en los personajes, especialmente en las mujeres fatales (no fuman), ni quien se tome en serio al delincuente grandioso, ya que a los de hoy es obligado dotarles de maquinaria técnica, lo que los convierte en una especie de aficionados al Campus Party.

En "El Inocente" la trama policial es secundaria respecto del recorrido mental del acusado o perseguido, el cual se atosiga a sí mismo en primer lugar y de ahí la apelación a su inocencia. La fatalidad griega del desenlace, la muerte anunciada, responde sobre todo a la necesidad del protagonista de acabar con su insoportable culpabilidad. En aquel tiempo estos elementos hicieron que los críticos la tildaran de novela "existencialista". Hacía pocos años que se había publicado "La Peste" de Camus. Mucho más exacto fue que le concedieran el premio "Simenon" porque domina en el relato, en efecto, una atmósfera similar a la del maestro belga, una elegante sordidez, por decirlo con un oxímoron sencillo. LEER MÁS

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