Iván González reseña Un amor como este, de Luis Morales en la revista Vísperas
Un amor como éste, de Luis Morales
La
 sombra de Portugal y de Fernando Pessoa es alargada en la obra de Luis 
Morales (Cáceres, 1971), escritor ibérico que ha vivido y trabajado en 
Lisboa, ciudad a la que siempre vuelve o de la que, en realidad, nunca 
se ha ido. Como aquel Buñuel que asomaba el ojo por la cerradura de las 
casetas donde se desnudaban las señoras, en Un amor como éste, su tercera novela, Morales contempla novelescamente el striptease
 emocional de las cartas de amor entre el poeta Fernando Pessoa y Ofélia
 Queiroz, el único amor conocido de Pessoa, dando además con ello la 
oportunidad de leer por primera vez en castellano las que ella le envió a
 él (publicadas por primera vez en 1996 en Portugal), y tener así 
completo el otro punto de vista, la voz del otro lado de la línea.
El 
cambalache de Morales, su caimada literaria es hacer de pocero bueno y 
subirnos el cubo de aquel amor turbio y luminoso que se lee del tirón y 
con un nudo en la garganta. En Un amor como éste
 uno palpa el baile infortunado de la pasión bizarra donde el talento de
 él se convirtió en látigo para ella; y donde él, de tan entregado 
autismo a la vocación que profesó, fue incapaz de acompañar al cine o a 
las afueras de Lisboa a su amada.
Se asoma
 el autor a la destrucción o el amor, que diría Vicente Aleixandre, 
trascendiendo el testimonio de una pareja enamorada para erigirse en 
monumento mismo de la avasalladora tarea del escritor total. En Un amor como éste
 Morales consigue hilvanar con talento narrativo una Comala de voces 
entre lo imaginado y lo real, difuminándonos con la calima de su prosa 
-pero poco, como advierte- los contornos del desasosiego en ese chispazo
 entre un ser tortuoso y complejo pero especial, un contemplador de la 
vida -“no sé pensar, no sé sentir, no sé querer”- al margen de todas las
 carreteras razonables salvo la de no retorno de la dipsomanía, y la 
dulce e imantada a él Ofélia. Nos hace testigos como lectores de aquella
 escabechina del alma.
Sobrecoge
 en su lectura la difícil vida de la abnegada Ofélia junto a Fernando, 
que lo acompaña fiel hasta la boca del infierno de sus vicios y 
desdoblamiento de personalidad (porque una vida no basta, ser plural como el universo),
 sin demandarle más que en puntuales momentos migajas de un amor burgués
 que el poeta nunca fue capaz de ofrecer. El amor entre dos personas 
siempre es forma demasiado peculiar de relación, pero en el caso de 
Ofélia y Fernando sorprende si cabe más aún por la intersección de ese 
tercer elemento entre ambos que es la llamada superior a la construcción
 de una obra imperecedera… y la presencia como sostienevelas
 del inefable Álvaro de Campos, aquel que proclamase (para a los pocos 
versos retractarse) que todas las cartas de amor son ridículas.
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