"Aquellos días que no olvidaré es una joya incalculable. Por su altísima calidad literaria y por ser testimonio de nuestra debacle." (La cueva de los libros)

La literatura se convierte en mucho más que un pasatiempo cuando el escritor transmite en sus libros parte de su alma. En aquellos días que no olvidaré el autor en cambio se vacía por completo, se desnuda ante un público que llega a sentir como propio su desesperado lamento, su terrible desesperación, su angustia, su miedo. Él es el protagonista. El personaje central de una pesadilla que no tiene fin. Aquí, en esta narración sorprendente, Santiago Amigorena cuenta la traición de su mujer, la bellísima actriz Julie Gayet, que lo dejó por otro, que lo rompió por dentro. Y cómo lo cuenta es casi tan impresionante como la historia misma.


Amigorena, conocido guionista y escritor, educado en Francia pero nacido en Argentina, ha dejado en este libro palabras para el recuerdo. El desamor sufrido por la infidelidad de su mujer pone en marcha este explosivo relato, comunicado todavía con los sentimientos a flor de piel, mediante palabras que traspasan la materialidad de las hojas de papel, a partir de verdades que, por desgracia, cada vez son más actuales y dramáticas. 

La traición es sin duda una ofensa desgarradora, una injusticia que, para la víctima, se recibe como uno más de los pecados que claman al cielo. Amigorena confiesa su dolor y lo conjura al mismo tiempo a través de la escritura. Sabe sin embargo que penas tan grandes dejan una profunda huella. ¿Pero no es esto común a la especie? Por eso la persona traicionada por el hombre o la mujer que ama experimenta un deseo repentino de morir, una sensación de vacío interior, de oscuridad, de desilusión, de apatía por la vida, de desengaño, de recelo. Porque todo hombre y toda mujer necesita en el fondo el amor sobreabundante de la Piedad, de la figura magistral confeccionada por Miguel Ángel, del abrazo eterno de la madre, del cariño infinito de alguien que nos arrope hasta el último instante. Porque todo hombre y toda mujer venimos al mundo heridos, con una sed misteriosa y desesperada: necesitamos que nos amen. Y por eso no es posible pedir el amor total a nadie. Porque la criatura nace con límites. Limites para amar, pero también para dolerse.

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