Reseña sobre "Trilogía de la culpa" de Mario Lacruz de Leandro Pérez Miguel


“Todo el mundo sabía que los presupuestos se inflaban”


Este parrafito figura en una novela. Alude al cine en tiempos de Franco, aunque bien podríamos cambiar tres o cuatro palabras para hablar de este tiempo, y de otros ámbitos. Pero digamos que es ficticio:
“Los tiempos de producir películas con vistas a permisos de importación quedaban en la lejanía, pero había otras ayudas nada despreciables. Con el crédito sindical y unas cuantas letras de cambio de la distribuidora, un productor avezado podía comenzar sin invertir ni cinco céntimos de su bolsillo. La distribuidora soltaba las letras sin más garantías que el nombre de los protagonistas y del director, porque los exhibidores estaban obligados a consumir una cucharadita de cine nacional por cada cucharada grande de cine extranjero. El crédito sindical se concedía sobre un presupuesto que era preciso inflar, pues todo el mundo sabía que los presupuestos se inflaban. Era como humedecer el recorte de papel. El que no lo hacía, estaba frito. Terminada la película, y de acuerdo con la clasificación obtenida, llegaban las ayudas a fondo perdido. Resultaba, en conjunto, un negocio tentador. Y más seguro, todavía, en caso de coproducción, pues el film se consideraba nacional en los países participantes”.
(Las negritas las he puesto yo.) Aparece en El ayudante del verdugo (1971), una de las tres novelas que Mario Lacruz (1929-2000) publicó en vida. Las otras dos, El inocente (1951) y La tarde (1955), también figuran en Trilogía de la culpa (2009, Editorial Funambulista), un tocho muy recomendable.

Aunque Lacruz quizá no aparezca en los manuales de literatura española del siglo XX (en su tiempo fue más conocido por su labor editorial en sellos como Plaza & Janés o Seix Barral), sus novelas resisten muy bien el paso del tiempo. Más que modernas, parecen actuales, escritas hoy, aunque nos trasladen a la España franquista. Narra sin artificios, directo. En fin, no voy de crítico literario por la vida, sino de citador. He abierto esta entrada porque, además de las anteriores, he subrayado estas líneas de El ayudante del verdugo:
“No es de extrañar que una generación corrompida engendre una generación de necios”.
“Yo puedo estar podrido, pero al menos no me hago ilusiones” LEER MÁS

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