"La vida feliz" en Nueva Revista
Toda una tradición filosófica o religiosa —el estoicismo, el cristianismo, el budismo…— ha predicado, durante siglos, la resignación frente a las adversidades de la vida. Luc Ferry, al explicar su propia filosofía, que llama espiritualismo laico, muestra un contundente rechazo hacia esas filosofías de la resignación. Incluye en ellas a Spinoza, cuya sabiduría califica de «inhumana, engañosa e ilusoria». Para Ferry, la verdadera sabiduría consiste en la valentía de negarse a aceptar la realidad y rebelarse contra ella cuando es injusta o cruel.
Actualmente, los avances científicos y médicos ofrecen nuevas posibilidades para esa rebelión contra las desgracias de la vida. Concretamente, y ese es un aspecto central del libro, en la lucha contra el envejecimiento. Tras repasar el contenido de esas sabidurías antiguas y exponer su propia filosofía, Ferry hace una contundente defensa de lo que él llama transhumanismo, y que distingue de lo que considera las fantasías propias de la ciencia-ficción del posthumanismo. Si este piensa en la inmortalidad, el transhumanismo solo habla de prolongar en buenas condiciones la vida humana. Frente a las reticencias que ese proyecto despierta en muchos ámbitos, Ferry se pregunta quién no preferiría ser un humano mejorado antes que un humano muerto. No solo eso; la longevidad más allá de lo conocido hasta ahora nos permitiría —sostiene— seguir luchando por la perfectibilidad, por saber más y ser mejores con el paso del tiempo.

En cuanto al espiritualismo laico, consiste en una divinización de lo humano, en ver lo sagrado con rostro humano o en un humanismo no metafísico. A esa base se añade lo que él ha llamado la revolución del amor, una consideración del prójimo en sentido amplio (destacadamente, las generaciones futuras) como objeto de nuestra atención; un altruismo que actúa como si fuese por amor, como si amásemos a los que no conocemos. En conjunto, «una sabiduría trágica, es decir, una sabiduría consciente de sus límites y de su propio fracaso», que no aspira a vivir sin inquietud ni emociones; y en la que «el ideal de la autonomía de un sujeto que recupera, en la medida de lo posible, lo que se le escapa y le determina sin que él sea consciente, sigue siendo una idea reguladora indispensable». El espiritualismo laico se distancia de las sabidurías clásicas, pero también de los filósofos de la sospecha (Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Freud…) y del individualismo narcisista de nuestra época.
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