"Berlín como palimpsesto" por Mercedes Cebrián
Que el carismático Berlín contemporáneo aparezca como telón de fondo
de una novela siempre resulta sugerente, pero más aún cuando la
presencia de la ciudad es tan intensa que permite al lector conocer sus
múltiples facetas como si se tratase de un personaje más de la
narración. En efecto, hay muchos berlines y prácticamente todos se dejan
ver en ‘El libro de las nubes', el debut narrativo de la escritora mexicana de habla inglesa Chloe Aridjis.
Aparece el Berlín que tantos españoles transitan cuando deciden irse de
puente a la capital alemana, aquel cuyos iconos son el skyline
de la hipermoderna Postdamer Platz y las fiestas en edificios que en su
día cumplieron funciones poco gratas; pero también un Berlín no menos
importante y que solo conoce quien permanece en él durante varios
inviernos: el que se mete discretamente entre los huesos de sus
habitantes, como le ocurre a Tatiana, la protagonista y narradora de
esta historia cuya misión principal es hacer hablar a esas voces que
viven dentro de nosotros y que solo escucharemos cuando acallemos el
rumor continuo procedente del exterior.
Tatiana, además de percibir con nitidez los ruidos que emanan de su piso de Prenzlauer Berg, presta atención a los de su propia vida de ermitaña en prácticas, y al atreverse a caminar del brazo de su soledad, consigue escuchar las historias que el Berlín del pasado esconde entre sus muchas capas. Pero tan sola no está en su tarea: la ayudan Jonas, un peculiar meteorólogo de muy buen ver, y el profesor Weiss, su jefe en un trabajo tan peculiar como solitario: transcribir viejas cintas con teorías sobre la ciudad tan sorprendentes como poéticas, que nos permiten asistir a la respiración de un Berlín cuyas dos mitades son, para la aguda y lírica mirada de Tatiana, “un par de pulmones humanos, el uno rosado y sano, y el otro teñido de gris, como el de un fumador habitual, tratando de respirar al alimón”.
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Tatiana, además de percibir con nitidez los ruidos que emanan de su piso de Prenzlauer Berg, presta atención a los de su propia vida de ermitaña en prácticas, y al atreverse a caminar del brazo de su soledad, consigue escuchar las historias que el Berlín del pasado esconde entre sus muchas capas. Pero tan sola no está en su tarea: la ayudan Jonas, un peculiar meteorólogo de muy buen ver, y el profesor Weiss, su jefe en un trabajo tan peculiar como solitario: transcribir viejas cintas con teorías sobre la ciudad tan sorprendentes como poéticas, que nos permiten asistir a la respiración de un Berlín cuyas dos mitades son, para la aguda y lírica mirada de Tatiana, “un par de pulmones humanos, el uno rosado y sano, y el otro teñido de gris, como el de un fumador habitual, tratando de respirar al alimón”.
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