‎"Diario secreto" de Alexander Pushkin en Trabalibros

No existen reglas absolutas y universales acerca de lo que es normal y lo que es anormal o patológico en el sexo. Por lo general, las conductas o comportamientos sexuales "normales" vienen determinados legal, social o culturalmente. A pesar de esto, si un psiquiatra ruso actual atendiera en su consulta a Alexander Pushkin, seguramente le diagnosticaría un trastorno del deseo sexual, amparándose en la CIE-10 de la OMS, que establece como disfunción sexual no orgánica el impulso sexual excesivo. Además, le prescribiría algún tipo de psicofármaco castrante y una terapia psicológica a realizar en un grupo de adictos al sexo. Al final, Pushkin quedaría estigmatizado.

"El solo pensamiento de saber que no voy a probar un nuevo sexo, y que voy a tener que serle fiel a mi mujer de por vida, me horroriza mucho más que la idea misma de la muerte". Pushkin temía que el matrimonio y la consiguiente obligación de fidelidad acabaran rápidamente marchitando su deseo y su potencia sexual. De ahí que su ansia de vaginas -a las cuales veneraba- no tuviera fin ("Yo no idolatro a una u otra mujer, sino su vagina"). Para Pushkin la fidelidad era la lucha contra la tentación de ser infiel, lucha para la que siempre le faltaron fuerzas.

La pasión del poeta por su hermosa esposa Nataliya Nickolayevna (una de las mujeres más bellas de Rusia en aquel momento) se extinguió al mes escaso de su boda con ella. A partir de ahí, el anhelo infatigable por poseer constantemente a nuevas mujeres se convirtió, según el propio poeta, en la esencia de su vida. ("Lo novedoso de un cuerpo resultaba más fuerte que el amor, más intenso que la belleza). Pushkin se consagró a "la verdad del placer". Para él el sexo fue la única manera de gozar del instante, puesto que lo liberaba del pasado y del futuro.  Amó "profundamente" a la mujer del prójimo, hablaba con frecuencia de su "eterna pasión por engañar a los maridos", no le importaba la condición social, la raza, la edad ni la inteligencia de la mujer, siempre y cuando ésta le abriera sus piernas. No pretendía enamorarlas, según él "era mejor estar en sus cuerpos que en sus sueños".

Pushkin pensaba que el sexo de cada mujer tenía un secreto y cuando tomaba a una de ellas para desentrañarlo éste se escurría por las piernas de la mujer poseída para, a continuación, guiñar el ojo desde el sexo de otra mujer apetecible. Nuestro poeta jamás decía que no a una mujer, aunque sólo fuera por amabilidad. Gran usuario de los burdeles, se vanagloriaba de hacer gozar incluso a las prostitutas, además de satisfacer en estos locales su deseo voyeurista contemplando cómo otras parejas se entregaban al gozoso fornicio.
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