El "Diario secreto", de Pushkin, en el blog de Pedro Amorós
Desde hace
veinte años guardo como un tesoro en mi corazón la literatura de Pushkin. La
lectura de Eugenio Oneguin supuso en
su momento para mi formación como lector y escritor una especie de estallido
emocional difícilmente repetible. Como tantos otros antes que yo, y como tantos
otros que vendrán después, me dejé seducir por la poesía de Pushkin. El poeta
pasó a formar parte de un panteón literario que me había forjado a lo largo de
los años y donde sólo se incluían unos cuantos elegidos. Las lecturas posteriores
de las narraciones y los poemas de Pushkin han confirmado siempre esta visión
excelsa del bardo, la imagen de algo puro y cristalino que contribuía a crear
en torno a Pushkin un halo de mitología.
Hace poco tiempo, sin embargo, esta
imagen ha comenzado a desvanecerse, a modificarse en ciertos aspectos. Todo
empezó hace unos meses, cuando mi amigo el escritor Josep M. Sanchis me pasó un
librito del poeta, que respondía al enigmático título de Diario secreto 1836-1837, publicado por la editorial Funambulista. Por supuesto, jamás había oído hablar
de ese libro. Quedé enormemente sorprendido, más aún cuando Sanchis me explicó
que el diario tenía un contenido altamente erótico. Deseoso de confirmar la
autenticidad del texto y de saber el rumbo que había seguido el manuscrito
desde el momento en que apareció hasta que se editó en Estados Unidos en los
años ochenta del siglo XX, me sumergí en el prólogo elaborado por el también
poeta Mijail Armalinsky. Resulta, pues, que después de más de cien años el supuesto
manuscrito aparecía en manos de un historiador que se lo ofrecía
desinteresadamente a Armalinsky para que lo editara fuera de la antigua Unión
Soviética. Más allá de esta rocambolesca historia, la pregunta que se plantea
es la posible autenticidad del texto. Es evidente que siempre han existido
rumores en torno a un misterioso diario escrito por Pushkin en los dos últimos
años de su vida. En torno a estos rumores se ha desarrollado una suerte de
leyenda, pero nada se ha sabido de cierto hasta el hallazgo de este manuscrito.
En cualquier caso, la cuestión de la autenticidad del diario sigue en el
aire aún hoy en día. Y esto es así porque lo que cuenta el poeta se aleja por
completo de su estilo, por lo menos de lo que se conoce a través de su obra. Es
sabido que Pushkin tenía fama de poeta y amante de las mujeres, pero lo que se
narra en Diario secreto acerca de su
obsesión por el sexo femenino supera
todo lo imaginable. Pushkin se presenta a sí mismo como un libertino que,
después de casado, sigue necesitando a otras mujeres hasta el punto de que la
búsqueda constante e infatigable de mujeres representa la esencia de su vida.
De hecho, el matrimonio con la hermosa Nataly es concebido en principio como
una especie de cura al libertinaje y a la melancolía que le embarga. “Era un
intento”, dice Pushkin, “de escapar de mí mismo, al no ser capaz de cambiar ni
tener el valor suficiente de ser de otra manera”. Por eso el punto de
partida del diario es el matrimonio de Pushkin. El poeta dedica una gran
cantidad de páginas al estudio de sus relaciones con Nataly. Pushkin ama
desesperadamente a su esposa, pero al mismo tiempo no puede dejar de tener
aventuras amorosas por doquier con todo tipo de mujeres de la más diversa
reputación. El placer que siente por Nataly es más estético que erótico, pero
los celos consumen al poeta, que no soporta las insolencias y las burlas de la
alta sociedad ante la posible infidelidad de su esposa con el galán francés
D´Anthès. La obsesión por matar a D’Anthès y empezar una nueva vida se
convierte así en uno de los ejes vertebradores del diario. En este sentido, da
la sensación de que en el Diario secreto aletea
la idea de un duelo inevitable, que está también relacionada con la cercanía de
la muerte. Desde las primeras páginas del diario el poeta parece consciente de
un destino aciago que lo empuja al abismo. Pushkin intuye que va a morir de
forma violenta. Sabe que no tiene tiempo para releer el diario y corregirlo. Es
como si el tiempo se hubiese precipitado. “Me veo muriendo”, escribe el poeta,
“mirando por última vez mis libros, mi cama, los árboles, el sol; ¡qué
infortunio saber que al morir no volveré a verlos”.LEER MÁS
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