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Después de
La bailarina,
la siguiente lectura nipona que os propongo es una novela preciosa de
una de las escritoras más leídas en Japón y que precisamente gracias a
esta novela su autora ganó en 2006 el prestigioso Premio Tanizaki:
La niña que iba en hipopótamo a la escuela, de Yoko Ogawa.
La protagonista de esta historia es Tomoko, una niña huérfana de
padre y que su madre, con pocos recursos económicos, decide ir a
estudiar a Tokio dejando a su hija al cuidado de sus tíos.
Tomoko nos cuenta, con una voz lejana y perdida en la infancia, ese
año que estuvo viviendo en Ashiya en casa de sus tíos, una familia
acomodada y rica de ascendencia alemana.
A lo largo del libro va desfilando una galería de personajes de lo
más curiosos –ya sean principales o secundarios-, pero sobre todo los
integrantes de la familia tienen su encanto particular.
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En
primer lugar está la abuela Rosa, que vino desde Alemania para casarse y
que se expresa en un japonés bastante pobre. Después tenemos al tío
-medio alemán medio japonés-, hijo de la tía abuela Rosa y director de
una fábrica de bebidas muy famosa, que se ausenta continuamente de la
casa por algún motivo. Su mujer, la tía de Tomoko (hermana de su madre)
se pasa horas en la sala fumando y bebiendo whisky mientras devora
libros en busca de erratas. Mina es la prima de Tomoko, que sufre asma y
constantes crisis respiratorias, colecciona cajitas de cerillas por sus
curiosos dibujos y luego escribe historias sobre ellos. Y después está
el servicio: la señora Yoneda, una fan de la leche condensada y los
concursos, es amiga íntima de la abuela Rosa y canta con ella a dúo en
el piano; y el señor Kobayashi, el encargado de cuidar de Pochiko y del
jardín. Y por último está quizás unos de los personajes más curiosos e
increíbles de la novela: Pochiko, la hipopótamo que llegó desde Liberia y
que se encarga de llevar a Mina todos los días al colegio.
Yoko Ogawa nos brinda una historia maravillosa, tierna y bien
escrita, llena de imágenes delicadas y preciosas que dejan un buen sabor
de boca y que, a pesar de las más de cuatrocientas páginas, llegamos al
final de la historia de Tomoko casi sin darnos cuenta. Cada suceso de
cada capítulo tiene algo que emociona, porque si hay algo que hace
extraordinaria a esta novela son los pequeños sucesos del día a día que
acontecen en el libro. Una historia que atrapa desde la primera palabra
hasta el último punto.
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