Referencia a "Diario secreto", de Pushkin en un artículo de Joaquín Albacín en El Imparcial
Todo hijo de vecino sabe que, en cualquier dictadurucha comunista de ayer u hoy, la luz eléctrica, el agua y el gas son gratuitos. No se entiende, pues, por qué razón no lo son en las sociedades del bienestar. Mas no es sólo esto…
Es, también, que nada indica que Mariano Rajoy vaya a seguir mi propuesta para la solución de la crisis, lanzada hace poco desde esta misma columna. A saber: proclamar el Jubileo, es decir, el perdón de todas las deudas públicas y privadas por encima de los veinte mil duros. Bien podría haberlo hecho, pues tampoco pido tanto como la remisión de los pecados, sino únicamente la de los débitos, casi en su totalidad ocasionados por el juego de espejismos levantado durante años por los avariciosos bancos ante los ojos del ciudadano humilde o de clase media. Pero, pese a saber que un país de deudores no puede salir adelante salvo a base de trapicheos, no lo ha creído oportuno. Mariano Rajoy, lo mismo que Zapatero, parece creer que las neveras de la gente van a llenarse mediante la escenificación institucional de chundaratas democráticas de cara a la galería. Y, al no hacerme caso, está cayendo -con la más bienintencionada de las insensateces- en el error de apelar a soluciones académicas, de libro, de manual, de economista… Y procediendo, por tanto, a consumar el suicidio asistido del país.
El suicidio fue recurso al que, cuando sintieron el mundo venírseles encima, recurrieron varios toreros geniales: Belmonte, La Serna, Silveti… Y, asimismo con notable estilo e innegable eficacia, artistas de otros géneros: Charles Boyer, Kurt Cobain… Y bastantes escritores: Mayakovsky, Larra, Koestler, Esenin, Drieu La Rochelle, Potocki (éste, con bala de plata)… Y Pushkin. Pushkin —lo aclaro, por si se diese el caso de que algún político leyera este artículo- no es el actual Primer Ministro de la Federación Rusa. Ese no es Pushkin, sino Putin. Hablamos de Pushkin, laureado escritor del siglo XIX, descendiente de un liberto africano de Pedro El Grande. Y bueno, la verdad es que Pushkin no se suicidó, sino que murió en un duelo. Pero sí se suicidó literariamente, y hasta socialmente si se quiere, si damos por buenas estas supuestas memorias suyas del último año de su vida que acaba de publicar la Editorial Funambulista: “Diario secreto 1836-1837”.
Yo creía que el libro de Pushkin era una cosa muy romántica y desgarrada, y es en realidad un dietario pornográfico. Hoy, Pushkin se hubiese hecho de oro contando esas guarradas. Pero los que le tocaron vivir eran otros tiempos, días en que la gente se descerrajaba un tiro en la sien por razones muy distintas a las que empujan a nuestros contemporáneos a quitarse la vida. Cuando Pushkin era mozo, a uno le tomaban prestada la mujer, y se liaba a mandobles. Hoy, el marido burlado invita al depredador a copas y, al parecer, está muy extendida la opinión de que tal comportamiento constituye un progreso notable. ¡Un avance, por lo visto! Pero ya digo que, en la época en que, al parecer, escribió estas experiencias de alcoba, al autor de “La hija del capitán” le habría faltado estepa para salir por piernas… O tiempo para -¡qué remedio!- proceder a la autoeliminación física.
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