Mario Lacruz, el oído absoluto de la literatura

Mario Lacruz, retratado por su hijo Claudio, en la casa de aquel, poco antes de morir.
Mario Lacruz, retratado por su hijo Claudio, en la casa de aquel, poco antes de morir.

Dedicó su vida a los otros, escritores, parientes, hijos, amigos, y fue un editor decisivo en la España que transitó de la dictadura a la democracia. Al frente de Plaza & Janés, Argos Vergara y Seix Barral publicó a 5.000 autores de distintas generaciones y géneros. Él mismo publicó tres novelas, fue requerido para publicar otras, pero aludía a sus compromisos familiares (tuvo cinco hijos) para permanecer inédito, como si estuviera seco. Tras su muerte, hace estos días 20 años, sus hijos hallaron en su armario “metro y medio” de originales que nunca vieron la luz, “ni salieron de casa”. Su hijo Max, editor de Funambulista, dice que, además, hallaron “bajo el colchón de la cama de mamá” las cartas que envió a su esposa, Bel, fallecida hace tres años. Ya se han publicado cuatro libros de esa colección de inéditos (los cuentos, Gaudí, Intemperancia y Concierto para disparo). Max y sus hermanos guardan, entre otros textos, las memorias del editor, y es muy probable que esas cartas a Bel salgan a la luz, “son tan divertidas”.

Era un hombre silencioso, exacto, “usaba corbata hasta los domingos, como un inglés”, según Max Lacruz, y su literatura, la que publicó y la abundante que guardó en el armario, responde a ese carácter. Antonio Muñoz Molina, uno de sus autores que prologa los cuentos, dice que “en la literatura española del siglo XX, tan verbosa con frecuencia, pocos escritores callaron tanto como Mario”. Fue tan potente ese silencio que Manuel Vázquez Montalbán, otro de sus autores, se preguntó tras la muerte de Lacruz si éste había dejado “obra póstuma”. “Todos esperábamos que un día Mario sacara de los cajones novelas extraordinarias que continuaran lo prometido por El inocente y La tarde. Le veíamos como un rey Arturo o ese padre esencial de las novelas de Marsé que un día volverá, y nos negábamos a creer que había perdido el favor del mar…”.


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