Reseña de Guillermo Jiménez en Goodreads de «La piscina» de Yoko Ogawa.
Primera novela que leo de Ogawa, en la que conocemos la historia de Aya,
una adolescente que es criada por un par de padres abocados a una
especie de proyecto evangelizador, al mismo tiempo que manejan una casa
hogar de acogida para huérfanos.
Aya está enamorada de uno de los huérfanos que llegó a la casa cuando niño: Jun; él, como otros, fue a dar a la casa porque sus padres no podían hacerse cargo de ellos, ya sea como en su caso porque su madre era una alcohólica, o como Rie, de quien sus padres perdieron la razón y terminaron en un psiquiátrico.
La narración es cálida, sin nunca llegar a ser condescendiente; nos va llevando a los lectores por un par de imágenes muy minimalistas, que nos dan una cabal idea de qué universo es el que rodea a Aya, de su forma de pensar y de sentir, de lo que podemos adivinar que son sus desahogos, y de la inconsciencia que puede rodear a cualquiera, sea joven o no, cuando la razón se nos nubla por ver nuestros deseos interrumpidos.
Hay una parte mínima en la novela, puesto que son apenas unos párrafos, pero, si el libro se titula La piscina (espero que la traducción sea fiel al original) debe ser de vital importancia para la comprensión de la historia: es una conversación entre Aya y Jun donde platican los momentos que Aya dedica a espiar a Jun entrenar en la alberca de clavados; porque Jun es un clavadista que asegura que “cuando salto no tengo tiempo para sentirme perdido” [...] “En mi vida las cosas han salido bastante torcidas desde que nací, así que por lo menos cuando estoy en el trampolín me concentro en saltar bien derecho” (p. 95).
Una belleza de desenlace.
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Aya está enamorada de uno de los huérfanos que llegó a la casa cuando niño: Jun; él, como otros, fue a dar a la casa porque sus padres no podían hacerse cargo de ellos, ya sea como en su caso porque su madre era una alcohólica, o como Rie, de quien sus padres perdieron la razón y terminaron en un psiquiátrico.
La narración es cálida, sin nunca llegar a ser condescendiente; nos va llevando a los lectores por un par de imágenes muy minimalistas, que nos dan una cabal idea de qué universo es el que rodea a Aya, de su forma de pensar y de sentir, de lo que podemos adivinar que son sus desahogos, y de la inconsciencia que puede rodear a cualquiera, sea joven o no, cuando la razón se nos nubla por ver nuestros deseos interrumpidos.
Hay una parte mínima en la novela, puesto que son apenas unos párrafos, pero, si el libro se titula La piscina (espero que la traducción sea fiel al original) debe ser de vital importancia para la comprensión de la historia: es una conversación entre Aya y Jun donde platican los momentos que Aya dedica a espiar a Jun entrenar en la alberca de clavados; porque Jun es un clavadista que asegura que “cuando salto no tengo tiempo para sentirme perdido” [...] “En mi vida las cosas han salido bastante torcidas desde que nací, así que por lo menos cuando estoy en el trampolín me concentro en saltar bien derecho” (p. 95).
Una belleza de desenlace.
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