Sombrero de verano y puro en ristre en la Feria del Libro de Madrid
Hay una anécdota genial del agente literario del
escritor Nobel norteamericano, Sinclair Lewis: al ver a su
patrocinado pasar frente al café en que estaba, le dijo a su vecino algo
así como: “Mire: por ahí anda quien se queda con el 90% de lo que
gano…”. Se la conté una vez a Javier Cambronero, en relación con el
papel clave y vital del distribuidor: “Y vosotros sois el 55% de lo que
ganamos los editores”. Mostró su característica sonrisa ladeada.
Una de las razones para ir este año a Madrid era justamente verlo,
pues sabía que andaba luchando con el cáncer. Su figura con sombrero de
paja y puro en ristre por la Feria era inconfundible. Cuánta veces debió
de recorrerla arriba y abajo… Y no pocas lo paraban editores
cansinos pidiéndole que lo “distribuyera bien”. Una vez a uno de estos
plomos le hizo un gesto como el de dar guindas a un pavo y le dijo: “Sí,
te distribuyo por aquí, por allá…”, lo cual me hizo mucha gracia…
A pesar de una trayectoria muy amplia en el sector (que no se correspondía con su edad, lo que significa que empezó muy joven), tenía siempre el ánimo y el optimismo antropológico del primerizo. Creo que su última etapa profesional con UDL le dio algunas alegrías, ayudando a sellos jóvenes, como el nuestro y tantos otros. Hablábamos poco de cosas profesionales, pues lo intuía yo harto del discurso reiterativo y entusiástico de los editores sobre su última perla… Me comentaba cosas de la familia, especialmente de Olalla, su “hija francesa”, como la llamaba, amante de la literatura gala a la que quería presentarme, pues sabía de mi gran interés también por las letras del país vecino. Un día me comentó que debía sacar un Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (está en cartera)… Y es que conocía bien los catálogos de cada cual y daba ideas. Defensor del libro en papel, no se cerraba a lo que pudiera venir, y estoy convencido de que no se habría quejado ante los malos tiempos que se avecinan para la lírica.
En lo personal, le agradezco haber estado a nuestro lado en los momentos complicados de la editorial cuando alguno nos daba por desaparecidos (o entre rejas, por defender que “todo” Dumas era de dominio público, aunque no estuviera publicado en libro sino en folletín), no dejándose llevar por la maledicencia.
Y le pido disculpas, de nuevo, ahora en público, por haber aguantado estoicamente las llamadas de cierta autora asturiana a la que nunca debí de darle su móvil: nunca me lo afeó como hubiera podido.
Estoico, irónico, cordial, figura insustituible de la edición independiente que, como dijo en su día, hace ya un par de años, Constantino Bértolo, merecía un homenaje. No ha podido ser… en vida.
Queda pendiente la cita con Olalla, para hablar no sólo de libros franceses, sino sobre todo de su padre.
Javier Cambronero (1956-2013) (C) UDL Distribuidores
A pesar de una trayectoria muy amplia en el sector (que no se correspondía con su edad, lo que significa que empezó muy joven), tenía siempre el ánimo y el optimismo antropológico del primerizo. Creo que su última etapa profesional con UDL le dio algunas alegrías, ayudando a sellos jóvenes, como el nuestro y tantos otros. Hablábamos poco de cosas profesionales, pues lo intuía yo harto del discurso reiterativo y entusiástico de los editores sobre su última perla… Me comentaba cosas de la familia, especialmente de Olalla, su “hija francesa”, como la llamaba, amante de la literatura gala a la que quería presentarme, pues sabía de mi gran interés también por las letras del país vecino. Un día me comentó que debía sacar un Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (está en cartera)… Y es que conocía bien los catálogos de cada cual y daba ideas. Defensor del libro en papel, no se cerraba a lo que pudiera venir, y estoy convencido de que no se habría quejado ante los malos tiempos que se avecinan para la lírica.
En lo personal, le agradezco haber estado a nuestro lado en los momentos complicados de la editorial cuando alguno nos daba por desaparecidos (o entre rejas, por defender que “todo” Dumas era de dominio público, aunque no estuviera publicado en libro sino en folletín), no dejándose llevar por la maledicencia.
Y le pido disculpas, de nuevo, ahora en público, por haber aguantado estoicamente las llamadas de cierta autora asturiana a la que nunca debí de darle su móvil: nunca me lo afeó como hubiera podido.
Estoico, irónico, cordial, figura insustituible de la edición independiente que, como dijo en su día, hace ya un par de años, Constantino Bértolo, merecía un homenaje. No ha podido ser… en vida.
Queda pendiente la cita con Olalla, para hablar no sólo de libros franceses, sino sobre todo de su padre.
Juan Max Lacruz Bassols
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