Rehenes, de Stefan Heym
Ya me había ocurrido algo similar con otro éxito como fue Chowrenghee, del escritor bengalí Sankar, publicada bajo el seudónimo de Mani Shankar Mukherji. Esta novela está ambientada en Calcuta. Otra joya literaria que llega a nuestro país medio siglo después, de la mano de la editorial Seix Barral, pues se publicó en la India en el año 1962.
Rehenes es claramente una novela antinazi como lo era su autor. Está basada en unos hechos reales que ocurrieron en Praga en octubre de 1941. En Praga el amo y señor de la ciudad era Heyndrich, nombrado por Hitler protector de Bohemia y Moravia, que implantó la Ley Marcial e hizo detener a casi toda la intelectualidad checa, ejecutando a cerca de 550 checos en menos de cinco semanas, y al resto los envió a los campos de concentración. También persiguió a la población judía checa y deportó a miles al campo de exterminio de Auschwitz. En Praga dominaba el imperio del terror de la Wehrmartch.
En la creación de la novela, influyeron mucho en Heym el hecho de haber vivido en Alemania y Checoslovaquia, particularmente durante la primera mitad de la década de 1930 –y haber vivido el nazismo en carne propia– además de que su propio padre fue capturado por la Gestapo, que, aunque logró salir, regresó moralmente aniquilado, sólo para encontrar refugio en la muerte. Heym dedica su novela “A mi padre, que fue un rehén”.
La edición y traducción es impecable. La portada nos traslada a esa época. Vemos cómo una patrulla motorizada de soldados alemanes cruza las calles adoquinadas de la capital checa ante la expectación de la población que está atenta a su paso pero vigilada por los miembros de las SS, enfundados en su uniforme negro. Un uniforme que atemorizaba a la población. En esta novela las víctimas no son los judíos, las víctimas son los propios ciudadanos checos que ven cómo su libertad, la libertad que siempre defendió Stefan Heym, estaba pisoteada por un invasor cruel, inhumano. Los alemanes impartían su justicia con el látigo. Un látigo que no dudaban en utilizar con tal de amedrentar a la población. La maquinaria alemana iba demoliendo todo a su paso. Ellos decían, como lo haría Heyndrich en una ocasión mirando por el ventanal de su despacho, que todo lo que alcanzaba su vista era propiedad de los alemanes. Los alemanes habían construido las bellezas que se mostraban ante ellos y su deber era recuperarlas al precio que fuera, y ese precio era la vida de los civiles indefensos.
Pero, sin duda, donde mejor se mueve este escritor de origen alemán es en la descripción del alma humana. Me recuerda Stefan Szweig que falleció, precisamente, en 1942, otro gran conocedor del ser humano, de su interior y de su exterior.
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