Entrevista a Iván González, coautor de "Gigoló en Riad" en El Correo Gallego
Los occidentales creemos que vivimos en total y plena
libertad. ¿Eso es porque nos falta mundo por conocer? Se lo pregunto
porque en el dosier del libro se dice: "Yago ve en el Occidente actual,
supuesto faro de la libertad del mundo, una gran falacia".
Yago Capablanca, el protagonista de Gigoló en Riad, por su trabajo de ingeniero, lleva años viajando por el mundo. Eso le ha hecho comprender que muchas de las cosas que nos cuentan los medios de comunicación occidentales no tienen nada que ver con la verdad, con la justicia ni con la belleza, sino más bien con intereses oligárquicos de los accionistas de esos medios que condicionan nuestro voto y nuestra manera de pensar. A menudo se publica, tal o cual artista, que murió de una sobredosis, era un alma libre... Se nos permite votar doce horas cada cuatro años a representantes que al pueblo le cuelan hasta en la sopa y nos creemos libres. En Occidente llamamos libertad a lo que no lo es.
¿La libertad forma pareja con la soledad?
Cuando un hombre trata de ser libre (solo es un intento, como la llama que quiere perdurar al consumirse la vela) suele remar hacia una isla de soledad gratificante donde escucha su respiración --bajo el cielo estrellado de los valientes--, porque siempre acaba bojeando solo.
El protagonista trasmite la terrible existencia de una crisis de valores... ¿que se expande?
Occidente ha perdido su vetusta proyección espiritual. Ya solo cree en sus marionetas desvaídas, pero no en el arrebol mistérico de sus sombras chinescas. Un pueblo que olvidó la dimensión daimónica de sus palabras, el fuego de su fe, la defensa de sí mismo, es un autómata averiado. Un pueblo que más que xenofobia --aunque nos lo repitan hasta la extenuación para hacernos sentir culpables-- padece una xenofilia enfermiza, que solo vive para el ocio, para competir y para prosperar materialmente, es un cangrejo ermitaño patético que deambula por la arena de la nada sin concha que lo proteja. El progreso de ese tipo de animal con conciencia tiene un horizonte borrascoso.
LEER MÁS
Yago Capablanca, el protagonista de Gigoló en Riad, por su trabajo de ingeniero, lleva años viajando por el mundo. Eso le ha hecho comprender que muchas de las cosas que nos cuentan los medios de comunicación occidentales no tienen nada que ver con la verdad, con la justicia ni con la belleza, sino más bien con intereses oligárquicos de los accionistas de esos medios que condicionan nuestro voto y nuestra manera de pensar. A menudo se publica, tal o cual artista, que murió de una sobredosis, era un alma libre... Se nos permite votar doce horas cada cuatro años a representantes que al pueblo le cuelan hasta en la sopa y nos creemos libres. En Occidente llamamos libertad a lo que no lo es.
¿La libertad forma pareja con la soledad?
Cuando un hombre trata de ser libre (solo es un intento, como la llama que quiere perdurar al consumirse la vela) suele remar hacia una isla de soledad gratificante donde escucha su respiración --bajo el cielo estrellado de los valientes--, porque siempre acaba bojeando solo.
El protagonista trasmite la terrible existencia de una crisis de valores... ¿que se expande?
Occidente ha perdido su vetusta proyección espiritual. Ya solo cree en sus marionetas desvaídas, pero no en el arrebol mistérico de sus sombras chinescas. Un pueblo que olvidó la dimensión daimónica de sus palabras, el fuego de su fe, la defensa de sí mismo, es un autómata averiado. Un pueblo que más que xenofobia --aunque nos lo repitan hasta la extenuación para hacernos sentir culpables-- padece una xenofilia enfermiza, que solo vive para el ocio, para competir y para prosperar materialmente, es un cangrejo ermitaño patético que deambula por la arena de la nada sin concha que lo proteja. El progreso de ese tipo de animal con conciencia tiene un horizonte borrascoso.
LEER MÁS
Comentarios