Hotel Iris en El Imparcial
En el año 2002, Ediciones B publicó una novela de Yoko Ogawa, Hotel Iris,
que pasó desapercibida para la mayoría de la crítica y del público.
Solo algún articulista se fijó en la extraña magia de la historia de
amor entre una menor de edad y un traductor en el ocaso de su vida.
Ahora, la editorial Funambulista la ha rescatado y nos la ofrece en una
nueva traducción. Vale la pena no pasarla por alto.
En principio, el argumento, una historia de amor entre un hombre mayor, solitario, apegado a un trabajo menor (traductor del ruso de folletos técnicos, retirado en una isla solitaria, sospechoso de haber asesinado a su antigua mujer) y una niña de diecisiete años que ha dejado el colegio y que trabaja en el hotel familiar bajo la férrea autoridad de su madre, podría predisponer al lector a pensar que se trata de una delicada historia de sombras japonesas con algún matiz dickensiano. Y delicada lo es, sin duda, pero su lectura es como una patada en el estómago; o como el grito sordo de un ser solitario.
La sexualidad femenina es un terreno todavía huérfano de una cartografía precisa. También la masculina, pero hoy nos ocupa la femenina. Sí, es cierto que hay suplementos dominicales, programas de radio o televisión que se ocupan de describir órganos y funciones, de dar unas pautas “sanas” de lo que debe ser el sexo. Pero también hay dos escritoras japonesas, Hiromi Kawakami y Yoko Ogawa empeñadas en ir más allá, en pasear por los límites y la zona de sombra de esa sexualidad para tratar de contarnos lo que ven, sienten y piensan.
Son dos heroínas inesperadas, que bucean en los abismos de la diferencia de edad, en la aparente lisura de las relaciones del mismo sexo, en las pasiones mudas que permean a los jóvenes en la soledad de sus habitaciones urbanas. Allí encuentran sentimientos y pasiones inexpresables en otro país que no sea Japón. Porque, de la literatura actual, solo la japonesa es tan delicadamente anticonvencional, tan incorrecta políticamente en un sentido sutil y profundo.
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En principio, el argumento, una historia de amor entre un hombre mayor, solitario, apegado a un trabajo menor (traductor del ruso de folletos técnicos, retirado en una isla solitaria, sospechoso de haber asesinado a su antigua mujer) y una niña de diecisiete años que ha dejado el colegio y que trabaja en el hotel familiar bajo la férrea autoridad de su madre, podría predisponer al lector a pensar que se trata de una delicada historia de sombras japonesas con algún matiz dickensiano. Y delicada lo es, sin duda, pero su lectura es como una patada en el estómago; o como el grito sordo de un ser solitario.
La sexualidad femenina es un terreno todavía huérfano de una cartografía precisa. También la masculina, pero hoy nos ocupa la femenina. Sí, es cierto que hay suplementos dominicales, programas de radio o televisión que se ocupan de describir órganos y funciones, de dar unas pautas “sanas” de lo que debe ser el sexo. Pero también hay dos escritoras japonesas, Hiromi Kawakami y Yoko Ogawa empeñadas en ir más allá, en pasear por los límites y la zona de sombra de esa sexualidad para tratar de contarnos lo que ven, sienten y piensan.
Son dos heroínas inesperadas, que bucean en los abismos de la diferencia de edad, en la aparente lisura de las relaciones del mismo sexo, en las pasiones mudas que permean a los jóvenes en la soledad de sus habitaciones urbanas. Allí encuentran sentimientos y pasiones inexpresables en otro país que no sea Japón. Porque, de la literatura actual, solo la japonesa es tan delicadamente anticonvencional, tan incorrecta políticamente en un sentido sutil y profundo.
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