"Madera de Cela" en El Naviero

Si el medio es a veces el mensaje, el título de una obra es en ocasiones una jaula donde el autor intenta encerrar su texto. Otras veces, no: ni el medio es el mensaje ni el título de una obra consigue retener el vuelo propio de su contenido.
Es muy arriesgado, en un país en el que un escritor como Camilo José Cela logró atesorar odios y antipatías en un buen sector de la población, titular un libro con referencia al apellido del gallego. Tampoco había mucha alternativa, atendido el hecho de que la obra en cuestión versa específicamente sobre el premio Nobel, todo hay que decirlo, de modo que a Tomás García Yebra los astros no le eran propicios y a la editorial Funambulista, con toda probabilidad, no le hubiera parecido buena idea sacar a Cela del título en el tiempo de su centenario.
No escondo que Cela desde siempre me ha producido un rechazo importante. No conocí a la persona, pero el personaje me resultó siempre excesivo, soberbio y mal encarado. Me detengo tanto en el título porque a mí me ha confundido. Esperaba una cosa y he encontrado otra, y eso que el subtítulo (“Cartografía de un país llamado España”) tiende un puente entre lo que anuncia el título y lo que en realidad contiene el libro, si bien ese puente se adentra en la niebla siendo imposible ver el otro lado.
Tomás García Yebra, que del de Padrón sabe un rato (en 2002 publicó “Desmontando a Cela” con la editorial Libertarias) quizás inició y desarrolló el libro que hoy comentamos con la idea de tratar con cierto desparpajo las aventuras de Cela y su entorno literario y empresarial, y más concretamente el episodio extraño del premio Planeta que aquél ganara. Además, me imagino, quería contextualizar la figura del Nobel en su tiempo y su circunstancia social y política, y de ahí (probablemente, de nuevo) el subtítulo cartográfico. Hasta aquí, todo bien, de momento.
Pero al poco de adentrarme en la lectura del volumen (objeto, por cierto, muy agradable al tacto y con un gramaje de agradecer) comencé a descubrir una parte humana en las descripciones que García Yebra hace de Cela que son más creíbles cuanto más queda en evidencia que, a la hora de arrearle mamporros personales y literarios, no se retiene un ápice, es decir, que no estamos ante un panegírico. Curiosamente, al enfrentarme a la pasta humana de Cela (en modo tan limitado como obliga el hacerlo solo a través de descripciones de quien le conoció poco y que respecto de muchos hechos reseñables habla por referencias) el grado de antipatía que sentía de siempre por el personaje se ha ido atemperando.
¿Me ha descubierto el libro que Cela era una buena persona?¿O que lo era su personaje? Quiá. Lo que he encontrado es un acomodo de muchos de los descritos comportamientos y peculiaridades de Cela en el esquema (cada uno tiene el suyo) de lo que considero humano, con sus miserias y sus grandezas, con sus gestos inaceptables y sus reacciones comprensibles aunque no fueran justificables. García Yebra insiste en contextualizar a la persona y al actor en su época y en sus relaciones y parece buscar un correlato entre Cela y el carácter español, o al menos un cierto carácter español. La soberbia, la envidia encauzada en el afán de superarse, la falsedad utilitarista, el cainismo y un maniqueísmo que, muerto ya el gallego, produce hilaridad (“Cela dividía el mundo en dos mitades: <>”).
Y ahí está, descubro, el elemento desasosegante que me llevó a la confusión. García Yebra describe al escritor-actor como producto de una sociedad como la española del siglo XX, pero el resultado, por una suerte de ósmosis literario-psicológica, acaba siendo un divertido (nunca en detrimento de lo profundo) análisis de la naturaleza humana que trasciende países y tiempos, clases sociales y entornos educativos.

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