Lecturas de los rehenes, de Yoko Ogawa, en Fahrenheit 77
por Antonio Martínez Tortosa
Es curiosa la relevancia que tiene la
literatura japonesa en la cultura occidental, más aún si tenemos en
cuenta que es un país minúsculo en comparación con, digamos, China o
India, que aunque solo sea por estadística deberían tener un peso mucho
mayor. Aún dejando de lado los grandes nombres —como Tanizaki, Mishima o Kawabata—, son unos cuantos los que vienen a la mente sin apenas esforzarse: el eterno aspirante al Nobel Haruki Murakami, su tocayo Ryu, cuya obra es mucho más oscura y violenta, la melancólica Banana Yoshimoto, la provocadora Hitomi Kanehara, la sorprendente aunque después decepcionante Natsuo Kirino…
No creo que sea demasiado arriesgado
decir que los dos escritores japoneses vivos más importantes son los dos
Murakamis —que aquí Ryu no sea demasiado conocido no significa que allí
no lo sea, donde es una estrella mediática y forma parte de los jurados
de premios tan prestigiosos como el Akutagawa—; ni que si alguien se les acerca, esa es Yoko Ogawa.
Con fama de trabajadora incansable y reservada, ha publicado desde
finales de los 80 decenas de trabajos de ficción y de no ficción. Ha
ganado el premio Kaien, el Akutagawa o el Tanizaki
entre otros. Se ha labrado una reputación como escritora seria —cosa
aún difícil para una mujer en Japón— y en 2004 se abre hueco entre los
autores más vendidos con La fórmula preferida del profesor. Esta novela, como El embarazo de mi hermana, Perfume de hielo o La niña que iba en hipopótamo a la escuela, entre otras, está publicada en castellano por la editorial Funambulista.
También este Lecturas de los rehenes,
una colección de relatos en la que un grupo de ocho japoneses
secuestrados en un país extranjero describe algunas experiencias que han
marcado sus vidas. El libro abre con una pequeña introducción que
explica las circunstancias que llevan a los secuestrados a contar unas
historias que han podido hacerse públicas gracias a los micrófonos
instalados por la policía: llevan más de tres meses encerrados en una
cabaña de montaña cuando deciden escribir y después leer en voz alta
para los demás algún recuerdo importante, no tanto por las consecuencias
que ha tenido en su vida profesional o amorosa, sino porque consiguió
cambiar su visión del mundo.
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