Rosa Montero sobre nacionalismos y... "No hay dos iguales" de Judith Rich Harris
Escribo estas líneas dos días después de la declaración soberanista
de la CUP y JxSí: por temas de impresión, el artículo tardará dos
semanas en llegar a sus manos (a saber qué habrá pasado mientras tanto).
Cada día me gustan menos los nacionalismos; y ahora toca soltar el
topicazo de “incluyendo el españolismo”, porque parece que estás
obligada a resaltarlo cuando tocas el tema. Pues vale, redundemos:
incluyendo el españolismo. Que además por desgracia anda muy crecido,
como no podía ser menos al calor de la fiebre patriota que padecemos.
Y como no me gustan nada, en fin, me esfuerzo por vigilar los coleteos irracionales de la bicha que puedan movilizarse en mi interior. Porque los nacionalismos son un impulso primitivo y tribal que todos tenemos. En su espléndido ensayo No hay dos iguales (Funambulista), Judith Rich Harris habla del experimento de Robber’s Cave: en Oklahoma, en los años cincuenta, 22 muchachos, iguales en todos los atributos demográficos importantes, fueron divididos al azar en dos grupos y confinados durante dos semanas en un campamento de verano en un lugar remoto. Los dos colectivos mostraron una antipatía mutua casi de inmediato y enseguida empezaron a desarrollar costumbres contrapuestas. Los chicos de un grupo dejaron de decir insultos y se pusieron a rezar juntos, y los del otro adoptaron aires duros y violentos y maldecían todo el rato. Repito: antes de dividirlos eran iguales; en tan sólo dos semanas, se convirtieron en tribus radicalmente distintas que se odiaban.
Explica Rich Harris que en la época de las cavernas era evolutivamente importante reconocer a la propia y pequeña horda, porque la horda vecina podía ser un peligro. Y ese aprendizaje era por entonces tan importante que pasó a ser un equipamiento de serie: los bebés de todo el mundo empiezan a desconfiar de los extraños a los seis meses de edad.
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Y como no me gustan nada, en fin, me esfuerzo por vigilar los coleteos irracionales de la bicha que puedan movilizarse en mi interior. Porque los nacionalismos son un impulso primitivo y tribal que todos tenemos. En su espléndido ensayo No hay dos iguales (Funambulista), Judith Rich Harris habla del experimento de Robber’s Cave: en Oklahoma, en los años cincuenta, 22 muchachos, iguales en todos los atributos demográficos importantes, fueron divididos al azar en dos grupos y confinados durante dos semanas en un campamento de verano en un lugar remoto. Los dos colectivos mostraron una antipatía mutua casi de inmediato y enseguida empezaron a desarrollar costumbres contrapuestas. Los chicos de un grupo dejaron de decir insultos y se pusieron a rezar juntos, y los del otro adoptaron aires duros y violentos y maldecían todo el rato. Repito: antes de dividirlos eran iguales; en tan sólo dos semanas, se convirtieron en tribus radicalmente distintas que se odiaban.
Explica Rich Harris que en la época de las cavernas era evolutivamente importante reconocer a la propia y pequeña horda, porque la horda vecina podía ser un peligro. Y ese aprendizaje era por entonces tan importante que pasó a ser un equipamiento de serie: los bebés de todo el mundo empiezan a desconfiar de los extraños a los seis meses de edad.
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