Entrevista a Arcadi Espada en El Cultural
El editor de Funambulista, Max Lacruz, recurre a Manuel Vázquez Montalbán para explicar por qué Arcadi Espada (Barcelona, 1957) ha hecho un tebeo. El autor de los Mares del sur,
recuerda Lacruz, utilizaba los escritos subnormales para enfrentarse,
en igualdad de condiciones, al discurso propagandístico y nacionalista
de Franco. "La única manera de dar cuenta de esa situación
sociohistórica de tipo subnormal consistía en buscar un lenguaje
apropiado que se pudiese oponer al lenguaje oficial, es decir, un contralenguaje igual de subnormal que el denunciado". De igual modo, Espada
puede haber encontrado al fin el lenguaje con el que reflejar, muy
exactamente, la realidad grotesca que se vive en Cataluña: una especie
de collage esperpéntico que, desde la sátira, y siempre con las armas de
la razón, denuncie "la estulticia pestilencial" del
ambiente. "Ana Cortils [la ilustradora] y Max Lacruz tendrán siempre mi
agradecimiento por haber permitido que encontrara al fin mi género",
escribió el periodista en su blog (1714: Diario del año de la peste) la semana pasada. El libro,
editado por Funambulista, reúne artículos de esa misma bitácora en la
que Espada va siguiendo, día a día, la peripecia nacionalista "hasta su
nueva e inexorable derrota".
Pregunta.- En la faja promocional se dice que este libro es una guía para no entender el independentismo. Pero en realidad se puede entender: solo hace falta mirar el siglo XX europeo, ¿no es así?
Respuesta.- Esa es una manera que ha tenido el editor de reflejar la perplejidad que a todo espíritu racional y libre le produce la deriva nacionalista. En realidad se puede entender y, sobre todo, se pueden comprobar sus letales efectos. El nacionalismo es un artefacto muy rudimentario, pero de una gran eficacia, como todo aquello que afecta a la vanidad de las personas.
P.- El otro día Francesc de Carreras, en un acto en el que estaba usted, dijo que Cataluña estaba en un momento prefascista como el que vivía Alemania antes de 1933. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que exageraba?
R.- Esas analogías son siempre insatisfactorias desde el punto de vista intelectual. Las circunstancias son muy distintas, pero sí que hay una coincidencia fundamental: la sumisión de una parte de la población a consignas irracionales y a un líder que las encarna. Esto se ha dado en muchas ocasiones a lo largo de la historia. España, por ejemplo, tuvo un momento magnífico en la Transición porque los ciudadanos se atuvieron a consignas perfectamente racionales con el objetivo de evitar, entre otras cosas, una guerra civil. Si los ciudadanos se hubieran sometido, en aquel momento tan vidrioso de nuestra historia, a consignas sentimentales o puramente mágicas, las cosas hubieran acabado muy mal. En Cataluña sucede lo contrario. Y aunque se dice muy poco, la culpa de todo esto no la tiene Mas, ni Junqueras, sino los propios catalanes.
P.- Recoge en el libro una reflexión de Martín de Riquer, que situaba en la base del nacionalismo catalán una confusión elemental entre lengua y cultura. ¿Cree que eso explica, al menos en parte, lo que está ocurriendo en Cataluña?
R.- Esa confusión existe, es evidente. Martín de Riquer decía que había una cultura que se expresaba en dos lenguas. Una sola cultura. En Cataluña ha habido una sumisión de la cultura a su aspecto lingüístico. El catalán y el español, por lo demás, son dialectos entre sí, y operan como dialecto o como lengua según las circunstancias.
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Pregunta.- En la faja promocional se dice que este libro es una guía para no entender el independentismo. Pero en realidad se puede entender: solo hace falta mirar el siglo XX europeo, ¿no es así?
Respuesta.- Esa es una manera que ha tenido el editor de reflejar la perplejidad que a todo espíritu racional y libre le produce la deriva nacionalista. En realidad se puede entender y, sobre todo, se pueden comprobar sus letales efectos. El nacionalismo es un artefacto muy rudimentario, pero de una gran eficacia, como todo aquello que afecta a la vanidad de las personas.
P.- El otro día Francesc de Carreras, en un acto en el que estaba usted, dijo que Cataluña estaba en un momento prefascista como el que vivía Alemania antes de 1933. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que exageraba?
R.- Esas analogías son siempre insatisfactorias desde el punto de vista intelectual. Las circunstancias son muy distintas, pero sí que hay una coincidencia fundamental: la sumisión de una parte de la población a consignas irracionales y a un líder que las encarna. Esto se ha dado en muchas ocasiones a lo largo de la historia. España, por ejemplo, tuvo un momento magnífico en la Transición porque los ciudadanos se atuvieron a consignas perfectamente racionales con el objetivo de evitar, entre otras cosas, una guerra civil. Si los ciudadanos se hubieran sometido, en aquel momento tan vidrioso de nuestra historia, a consignas sentimentales o puramente mágicas, las cosas hubieran acabado muy mal. En Cataluña sucede lo contrario. Y aunque se dice muy poco, la culpa de todo esto no la tiene Mas, ni Junqueras, sino los propios catalanes.
P.- Recoge en el libro una reflexión de Martín de Riquer, que situaba en la base del nacionalismo catalán una confusión elemental entre lengua y cultura. ¿Cree que eso explica, al menos en parte, lo que está ocurriendo en Cataluña?
R.- Esa confusión existe, es evidente. Martín de Riquer decía que había una cultura que se expresaba en dos lenguas. Una sola cultura. En Cataluña ha habido una sumisión de la cultura a su aspecto lingüístico. El catalán y el español, por lo demás, son dialectos entre sí, y operan como dialecto o como lengua según las circunstancias.
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