En el lado sombrío del jardín, de Eva Losada Casanova, en Vegamedia Press



[Img #9534]No se trata de una novela de terror, pero sí que tiene un toque necrófilo que nos recuerda que el primero de noviembre no está tan lejos. Se trata de una historia muy nostálgica. Si hay algún lugar donde esa tristeza es más fácil de expresar es en Galicia o en Portugal, donde la morriña y la saudade son auténticas señas de identidad.
Es allí, en Portugal, donde se desarrolla la historia que hoy recomendamos, En el lado sombrío del jardín, de Eva Losada Casanova –Editorial Funambulista- Realmente se trata de la reedición de una novela que fue finalista del Premio Planeta en su día y que se ha recuperado por su calidad y por las fechas en las que nos encontramos.
Podría recordar por momentos a Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Por lo menos en lo que se refiere a la sensación constante de estar transitando más un mundo de fantasmas y de muertos que de vivos.
Se trata, al igual que la inmortal historia de Rulfo, de una chica que vuelve a un lugar inhóspito buscando las figuras paterna y materna. Allí encuentra un viejo uniforme en el que aparece la foto de una niña. Ana –la protagonista- va preguntando a unos y otros, todos personajes en los que le queda a uno la duda de si son fantasmas sobre su padre, sobre su madre, ambos fallecidos en un accidente de tráfico, y sobre esa misteriosa foto en la que su padre aparece con una niña que luego resulta tener que ver con ella más de lo que debiera, algo que se teme uno desde el primer momento.
Hay un personaje animal que tiene categoría de tal por su presencia constante y por su simbología. Se trata de un gato que al principio es un gato sin nombre y luego pasa a llamarse Edgar.
Pero mucho me temo que todo este entramado es una excusa para reflexionar profundamente sobre lo que queda de uno a la vuelta de una vida. También sobre cómo somos o dejamos de ser recordados y sobre si tiene sentido zambullirse en el amor con todas las fuerzas que uno tenga o si es mejor no apegarse a nada, no encariñarse con nada ni con nadie y transitar por la vida como uno de esos olores que nuestra protagonista Ana atrapa en tarros de cristal en un guiño a otra gran novela, El perfume, de Patick Süskind. Es en todas esas reflexiones donde se disfruta el relato de manera absoluta.
Yo diría que más que los fantasmas, lo que más le quita a uno el sueño en esta novela es ese come-come que le queda a uno de pensar si tiene sentido el amor, la amistad, la entrega o si es mejor vivir una vida, quizá gris, sí pero libre e independiente. Una vida en la que uno tome sus propias decisiones sin depender de nadie ni intentar agradar a nadie.

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