En el lado sombrío del jardín, de Eva Losada Casanova, en Vegamedia Press
No
se trata de una novela de terror, pero sí que tiene un toque necrófilo
que nos recuerda que el primero de noviembre no está tan lejos. Se trata
de una historia muy nostálgica. Si hay algún lugar donde esa tristeza
es más fácil de expresar es en Galicia o en Portugal, donde la morriña y
la saudade son auténticas señas de identidad.
Es allí, en Portugal, donde se desarrolla la historia que hoy recomendamos, En el lado sombrío del jardín,
de Eva Losada Casanova –Editorial Funambulista- Realmente se trata de
la reedición de una novela que fue finalista del Premio Planeta en su
día y que se ha recuperado por su calidad y por las fechas en las que
nos encontramos.
Podría recordar por momentos a Pedro Páramo,
de Juan Rulfo. Por lo menos en lo que se refiere a la sensación
constante de estar transitando más un mundo de fantasmas y de muertos
que de vivos.
Se
trata, al igual que la inmortal historia de Rulfo, de una chica que
vuelve a un lugar inhóspito buscando las figuras paterna y materna. Allí
encuentra un viejo uniforme en el que aparece la foto de una niña. Ana
–la protagonista- va preguntando a unos y otros, todos personajes en los
que le queda a uno la duda de si son fantasmas sobre su padre, sobre su
madre, ambos fallecidos en un accidente de tráfico, y sobre esa
misteriosa foto en la que su padre aparece con una niña que luego
resulta tener que ver con ella más de lo que debiera, algo que se teme
uno desde el primer momento.
Hay
un personaje animal que tiene categoría de tal por su presencia
constante y por su simbología. Se trata de un gato que al principio es
un gato sin nombre y luego pasa a llamarse Edgar.
Pero
mucho me temo que todo este entramado es una excusa para reflexionar
profundamente sobre lo que queda de uno a la vuelta de una vida. También
sobre cómo somos o dejamos de ser recordados y sobre si tiene sentido
zambullirse en el amor con todas las fuerzas que uno tenga o si es mejor
no apegarse a nada, no encariñarse con nada ni con nadie y transitar
por la vida como uno de esos olores que nuestra protagonista Ana atrapa
en tarros de cristal en un guiño a otra gran novela, El perfume, de Patick Süskind. Es en todas esas reflexiones donde se disfruta el relato de manera absoluta.
Yo
diría que más que los fantasmas, lo que más le quita a uno el sueño en
esta novela es ese come-come que le queda a uno de pensar si tiene
sentido el amor, la amistad, la entrega o si es mejor vivir una vida,
quizá gris, sí pero libre e independiente. Una vida en la que uno tome
sus propias decisiones sin depender de nadie ni intentar agradar a
nadie.
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