Artículo en El Mundo con referencia a "No hay dos iguales", de Judith Rich Harris, que en breve publicará Editorial Funambulista
Querido J:
En un fragmento de No two Alike (No hay dos iguales), su último libro que cabe esperar que no lo sea y que Editorial Funambulista va a publicar en castellano, Judit Rich Harris describe con su habitual inspiración la niñez en las sociedades primitivas: «Es difícil imaginarse lo que debía de ser la crianza de un hijo en tales condiciones. Habrías de cargar con el niño a todas partes durante tres o cuatro años hasta que pudiera caminar lo suficientemente bien como para no quedarse rezagado del grupo. A través de la lluvia, el viento y la noche tendrías que andar penosamente con esta pequeña criatura mojada, sucia y hambrienta allá donde fueras. Se necesitaba un esfuerzo tremendo sólo para mantener a un niño con vida, pero nuestros ancestros tuvieron que hacerlo porque aquí estamos».
La otra tarde, en un arrabal de Madrid, recordé este párrafo. Mario Bunge hablaba en la Facultad de Derecho de la Uned. Ya sabes cuánto aprecio a este hombre. En especial, por esa manera limpia de observar los problemas del conocimiento que no está contaminada por las opiniones políticas ni por el sectarismo gremial. Bunge es un hombre de izquierdas que ha criticado duramente a la izquierda por su desprecio de la verdad. Es un filósofo que declara que no puede hacerse filosofía sin la ciencia. Y es un científico al que le parece más científica la historia que la cosmología.
Creo que ha tratado con demasiada rudeza el trabajo de Dawkins, Pinker, Dennett y otros representantes de lo que llama con desprecio la ciencia pop; y que su calurosa celebración de la epigenética, esa suerte de genetismo socialdemócrata, está más cerca de la política que de la ciencia. Pero son detalles marginales en un hombre que dice, como dijo el viernes en Madrid: «La ciencia y el cientificismo siguen siendo dos de las bestias negras del partido oscurantista, que hoy día incluye no sólo a los reaccionarios, sino también a muchos sedicentes progresistas».
No hay demasiada gente que señale con esta precisión el combate de nuestra época, que se libra no sólo contra las formas transparentes del oscurantismo, sino también, y principalmente, contra las enmascaradas. Bunge, que había venido a la Uned a hacer un elogio del cientifismo, a demostrar a través de un agudo recorrido por la historia de las ideas por qué «el espíritu de la ciencia» y «la actitud científica» son «la mejor manera de encarar los problemas del conocimiento» tiene, además, una elegancia expositiva que tú tampoco dudarías en calificar de «natural».
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En un fragmento de No two Alike (No hay dos iguales), su último libro que cabe esperar que no lo sea y que Editorial Funambulista va a publicar en castellano, Judit Rich Harris describe con su habitual inspiración la niñez en las sociedades primitivas: «Es difícil imaginarse lo que debía de ser la crianza de un hijo en tales condiciones. Habrías de cargar con el niño a todas partes durante tres o cuatro años hasta que pudiera caminar lo suficientemente bien como para no quedarse rezagado del grupo. A través de la lluvia, el viento y la noche tendrías que andar penosamente con esta pequeña criatura mojada, sucia y hambrienta allá donde fueras. Se necesitaba un esfuerzo tremendo sólo para mantener a un niño con vida, pero nuestros ancestros tuvieron que hacerlo porque aquí estamos».
La otra tarde, en un arrabal de Madrid, recordé este párrafo. Mario Bunge hablaba en la Facultad de Derecho de la Uned. Ya sabes cuánto aprecio a este hombre. En especial, por esa manera limpia de observar los problemas del conocimiento que no está contaminada por las opiniones políticas ni por el sectarismo gremial. Bunge es un hombre de izquierdas que ha criticado duramente a la izquierda por su desprecio de la verdad. Es un filósofo que declara que no puede hacerse filosofía sin la ciencia. Y es un científico al que le parece más científica la historia que la cosmología.
Creo que ha tratado con demasiada rudeza el trabajo de Dawkins, Pinker, Dennett y otros representantes de lo que llama con desprecio la ciencia pop; y que su calurosa celebración de la epigenética, esa suerte de genetismo socialdemócrata, está más cerca de la política que de la ciencia. Pero son detalles marginales en un hombre que dice, como dijo el viernes en Madrid: «La ciencia y el cientificismo siguen siendo dos de las bestias negras del partido oscurantista, que hoy día incluye no sólo a los reaccionarios, sino también a muchos sedicentes progresistas».
No hay demasiada gente que señale con esta precisión el combate de nuestra época, que se libra no sólo contra las formas transparentes del oscurantismo, sino también, y principalmente, contra las enmascaradas. Bunge, que había venido a la Uned a hacer un elogio del cientifismo, a demostrar a través de un agudo recorrido por la historia de las ideas por qué «el espíritu de la ciencia» y «la actitud científica» son «la mejor manera de encarar los problemas del conocimiento» tiene, además, una elegancia expositiva que tú tampoco dudarías en calificar de «natural».
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