'Conversación con las Catedrales' en la revista cultural Agitadoras

Mario Vargas Llosa y Jorge Luis Borges. Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa. Dos de los escritores más lúcidos, exitosos y brillantes del siglo XX. Dos polemistas de rango planetario. Dos tótems sagrados de la literatura contemporánea. Dos intelectuales que lo han dicho todo y sobre los que, en apariencia, todo se ha dicho. Pero como esas sorprendentes minas que siempre guardan una reserva ignota de oro, o como esa chistera de prestidigitador de la que brotan inesperadas palomas, he aquí que el uruguayo Rubén Loza nos entrega, gracias al sello Funambulista, un delicioso volumen donde recopila charlas y consideraciones de interés sobre ambos escritores, que aportan novedades y ángulos inesperados sobre los dos genios. El tomo se titula Conversación con las Catedrales (Encuentros con Vargas Llosa y Borges) y presenta un agradable formato de bolsillo, que se completa con el agrado de su contenido, lleno de anécdotas e informaciones golosas. La presentación que firma el propio Loza no puede ser más gráfica: “Uno y otro hablan de la literatura, de cómo escriben sus cuentos y sus poemas, del goce de la lectura, del germen de muchos de sus libros, del mundo en que vivimos, de la política, de la libertad y la democracia, así como de la falta de ambas, y también del compromiso del escritor con su tiempo, del regocijo de estar vivos, sobre la posibilidad de soñar y la capacidad de admirar” (p.14). ¿Se puede concebir una presentación más tentadora? Pero es que luego las páginas posteriores no desmerecen de tan primoroso arranque… Vargas Llosa reconocerá que siempre pensó en Borges como el más justo ganador del premio Nobel (p.27), califica de “pedestre” al presidente norteamericano George Bush (p.42), se muestra convencido de que Juan Carlos Onetti “va a pasar ese examen definitivo que es la prueba del tiempo” (p.69) y comenta su particular sistema de escritura, tan metódico como eficaz. Jorge Luis Borges queda retratado como un gigante de las letras, que jamás tuvo suerte en el amor, al que desdeñaron estúpidamente desde la Academia Sueca y que siempre hizo gala de un sentido del humor más hondo del que pudiera pensarse.

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