Perlado y las palabras de la tribu

Si el ruido y la pudrición de las palabras -víctimas de muy diversas infecciones cancerosas- son enfermedades mortales para las almas de los seres humanos y la cohesión social de los pueblos [Peter Handke disecciona las crisis de España y Europa], la poda, limpia y salvación de las palabras amenazadas y en cuarentena quizá sea una tarea cívica muy urgente.

No es otra la tarea del último libro de José Julio Perlado, Mi abuelo, el Premio Nobel (Funambulista), del que ya tenían noticia los lectores de Mi siglo.

Su nieto acomete la tarea de rescatar el legado de Dante Darnius, cuya obra se confunde con su vida: su don de la palabra le “impide” escribir las maravillosas creaciones de su imaginación. Pero bien saben sus próximos, su familia, que su palabra todo lo viste con luminosos colores virginales.

Muchos años después…”, en el tiempo mítico del relato, el narrador, que no es Dante Darnius y quizá no sea su nieto, ha conquistado definitivamente su territorio más íntimo, el de las palabras al fin restauradas en su pureza original. Y puede deslumbrarnos con la luz de su tiempo recobrado: en las páginas en blanco de los viejos relatos por escribir ha florecido una prosa tersa y limpia, donde la memoria del autor y la construcción de su alma -indisociable de la construcción de su familia- se confunden en el devenir del texto.

Dante Darnius legó a su nieto -y ambos personajes quizá sean solo uno: rostros que iluminan el rostro íntimo de José Julio Perlado- un don único… el don de una pureza rayana en el silencio iluminado de los místicos. Y el nieto nos entrega a sus lectores los frutos de aquella siembra que se confunde con la revelación de la lengua, la palabra, la escritura. Que son palabras de todos: de ahí su tarea cívica, sembrando con su libro la esperanza de unas almas más limpias, crecidas en la comunión de esa fe. LEER MÁS

11f26 Novela José Julio Perlado



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