¿Por qué no se parece usted a su hermana ni a su cuñado?



MANOLO HARO | Existen desafíos invisibles que el ser humano fragua y alienta en su más íntima necesidad de dejar atrás imposiciones, creencias y teorías. El hecho requiere valentía; sobre todo cuando tal decisión subvierte y amenaza el status alcanzado por una sociedad, un grupo e, incluso, por el propio individuo que acomete la aventura. Judith Rich Harris pertenece a esta rara estirpe, tan necesaria para el avance de la ciencia como para el de la misma Humanidad. Tras una vida ligada a la investigación en el ámbito de la psicología, con algún que otro escollo en su carrera –Harvard prescindió de sus servicios por no encontrar en ella atisbo alguno de “originalidad e independencia”–, Harris realizó un movimiento que pocas veces vemos en el mundo escolar: repasó con minuciosidad de entomólogo el camino recorrido durante sus años de formación, poniendo en solfa lo aprendido, y huyó directamente hacia otro foco del saber. De todo ello resultó una actitud de búsqueda que iba a  tener como guía aquella independencia que no vieron los de Massachusetts. Su libro El mito de la educación colocó un buen barreno de dinamita bajo los cimientos de las teorías pedagógicas al uso. En él disentía de las reputadas teorías defensoras de la influencia de los padres en la educación de los hijos, dejando al desnudo, con un aparato crítico formidable, el trabajo de sus colegas del ramo.
No hay dos iguales podría decirse que es un paso más dentro del mismo túnel. A Harris se le presenta la posibilidad de continuar indagando en los aspectos que dejó planteado en su anterior libro: si los padres no cuentan para nada en la educación de los hijos, ¿qué es lo que va a esculpir el hecho diferencial de la personalidad?; y, en ese caso, ¿qué es lo que hace que incluso los hermanos sean diferentes? La empresa, a simple vista, pudiera parecer una visita al Delfos de la psicología; por tal motivo, la aventura resulta apasionante tanto para la autora como para el lector que se embarca en el viaje. Como guía, recurre a La hija del tiempo, una novela de detectives de Josephine Tey, publicada en Inglaterra allá por década de los 50. El protagonista es un agente de Scotland Yard hospitalizado que se pregunta si los crímenes atribuidos a Ricardo III son realmente ciertos, añadiendo la consiguiente dificultad: todos los testigos dieron con sus huesos en tierra entre el siglo XV y el XVI. El paralelismo entre el personaje y la propia Judith Rich Harris es obvio. En el caso de la norteamericana, contará con la inestimable ayuda de Joan Friebely, que será su mano derecha en la trabajosa búsqueda de bibliografía en los fondos de la Universidad de Harvard. El fruto de esta colaboración luce como una poderosa luna en el cielo nocturno.

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