"Lecturas de los rehenes" de Yoko Ogawa, en La ventana de los libros

Es algo así como un flechazo. Uno ve el título, toma el libro en sus manos, lee la sinopsis y sabe que dentro hay una historia que debe conocer, a la que debe rendirse. Suena una campanilla. No sé cómo llamarlo, pero los síntomas son inequívocos: el pellizco en el estómago, el calor en la cara, la atracción inmediata. Así podría resumirse mi primera impresión con Lecturas de rehenes, escrito por la reconocida escritora Yoko Ogawa –autora de la espléndida La fórmula preferida del profesor- y publicada por la editorial Funambulista. El planteamiento es absolutamente conmovedor: nueve personas secuestradas (y a punto de morir) deciden contar en voz alta un momento concreto de sus vidas, a veces no especialmente trascendente, pero que los ha marcado de alguna manera. Y en los recuerdos que afloran están la presencia de la muerte, la magia por todas partes, las casualidades y los pequeños gestos. Porque la memoria es arbitraria, y graba a fuego la cara de un desconocido, el color de un paisaje o la luz de un día cualquiera.
            Lecturas de rehenes se mueve en un terreno interesantísimo y poco explorado, a medio camino entre la novela y el libro de relatos. Las historias que la componen son independientes, aunque es cierto que hay algo, un hilo invisible -en este caso, el prólogo-, que las unifica, que las conecta de alguna forma porque todas tienen algo en común: un canto a lo bonito de la vida. Sí, aquí están la ternura, los encuentros fortuitos y la muerte, siempre la muerte, la venidera, la antigua o la que nos atormenta, pero como contraposición a la magia, a la sorpresa. La vida es bella parecen decirnos estos rehenes que están a punto de morir y que han sido salvados en algún momento de su pasado por la casualidad. Tiene algo que recuerda a Las mil y una noches; quizás sea esa apuesta por la literatura, esa decisión de narrar la vida para escapar de la muerte, para perdurar. Lo que queda en la memoria siempre son las historias.

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