Las correciones de Chejov a Gorki
La lectura de la correspondencia entre Chejov y Gorki
nos permite tener una idea cabal del tipo de relación que mantuvieron,
una relación amistosa y cordial, de admiración mutua, en la que Chejov
cumplía el papel de maestro y Gorki el de discípulo.
Para Gorki era un honor, un privilegio, contar con la lectura atenta de Chejov, y le mandaba algunos de sus textos en busca de una opinión sincera. Este cumplía el encargo con una carta plagada de correcciones y consejos. Normalmente, empezaba con algún elogio antes de resaltar los defectos que había encontrado. Así lo hizo en una misiva fechada el 3 de diciembre de 1898 (por aquel entonces Chejov tenía 38 años y Gorki 30).
“Me pide mi opinión sobre sus cuentos. ¿Mi opinión? Un talento indiscutible y también auténtico, un gran talento. Por ejemplo, en el cuento En la estepa ese talento se manifiesta con una fuerza extraordinaria, hasta tal punto que he sentido envidia, que habría querido escribirlo yo mismo”.
Imagínense que un escritor de la talla de Chejov le dice algo semejante. A partir de ahí, cualquier crítica es música para los oídos, más aún cuando el susodicho encuentra una manera elegante de dar su parecer.
“Hablar de los defectos del genio es lo mismo que hablar de los defectos de un gran árbol que crece en el jardín. Y es que en esto lo esencial de la cuestión no está en el árbol mismo, sino en el placer de quien lo contempla. ¿No es verdad?”
Dicho esto. Chejov considera que Gorki ya está preparado para escuchar lo que tiene que decirle. A partir de ahora, ya no hay pelos en la lengua:
“Comenzaré por lo que, en mi opinión, me parece una desproporción en su estilo. Usted es como el espectador de un teatro que manifiesta su entusiasmo con tan poca discreción que ni él mismo ni los demás pueden oír la obra. Se evidencia especialmente en las descripciones de la naturaleza con las que entrecorta los diálogos. Cuando leemos esas descripciones, desearíamos que fueran más concisas, más breves, de dos o tres líneas. El empleo frecuente de palabras como “delicadeza”, “murmullo”, “aterciopelado”, etc, les da un aire retórico, una monotonía que enfría, que agota casi. Estos excesos se notan también en los retratos femeninos (…) y en las escenas de amor. No se trata de la extensión, no se trata de la amplitud de la pincelada, sino de intemperancia. Y junto a ello está la utilización frecuente de palabras que no convienen en absoluto al género de sus relatos”.
La respuesta de Gorki no se hace esperar. Se nota que sabe encajar los golpes, apenas rebate la crítica, al contrario, piensa que Chejov tiene razón en todo cuanto dice.
“Me ha escrito una carta bastante larga, Anton Pavlovich; es exacto y cierto cuanto dice de mis expresiones ampulosas. No consigo desterrarlas de mi vocabulario; lo que más me lo impide es el temor a ser vulgar. Además, me precipito siempre en alguna parte, hago deprisa y corriendo todo cuanto escribo, y lo que es peor, vivo exclusivamente de mi trabajo literario. No sé hacer ninguna otra cosa”.
Suponemos que a Gorki le empuja un deseo de perfección. Cree que tiene margen de mejora y que Chejov le va ayudar a mejorar. Tan agradecido está que le quiere dedicar su último libro (Tomas Gordiev). Chejov acepta la dedicatoria y, de paso, le da algunos consejos. Entre ellos el siguiente. Se ve que nunca es tarde para realizar nuevas correcciones.
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Para Gorki era un honor, un privilegio, contar con la lectura atenta de Chejov, y le mandaba algunos de sus textos en busca de una opinión sincera. Este cumplía el encargo con una carta plagada de correcciones y consejos. Normalmente, empezaba con algún elogio antes de resaltar los defectos que había encontrado. Así lo hizo en una misiva fechada el 3 de diciembre de 1898 (por aquel entonces Chejov tenía 38 años y Gorki 30).
“Me pide mi opinión sobre sus cuentos. ¿Mi opinión? Un talento indiscutible y también auténtico, un gran talento. Por ejemplo, en el cuento En la estepa ese talento se manifiesta con una fuerza extraordinaria, hasta tal punto que he sentido envidia, que habría querido escribirlo yo mismo”.
Imagínense que un escritor de la talla de Chejov le dice algo semejante. A partir de ahí, cualquier crítica es música para los oídos, más aún cuando el susodicho encuentra una manera elegante de dar su parecer.
“Hablar de los defectos del genio es lo mismo que hablar de los defectos de un gran árbol que crece en el jardín. Y es que en esto lo esencial de la cuestión no está en el árbol mismo, sino en el placer de quien lo contempla. ¿No es verdad?”
Dicho esto. Chejov considera que Gorki ya está preparado para escuchar lo que tiene que decirle. A partir de ahora, ya no hay pelos en la lengua:
“Comenzaré por lo que, en mi opinión, me parece una desproporción en su estilo. Usted es como el espectador de un teatro que manifiesta su entusiasmo con tan poca discreción que ni él mismo ni los demás pueden oír la obra. Se evidencia especialmente en las descripciones de la naturaleza con las que entrecorta los diálogos. Cuando leemos esas descripciones, desearíamos que fueran más concisas, más breves, de dos o tres líneas. El empleo frecuente de palabras como “delicadeza”, “murmullo”, “aterciopelado”, etc, les da un aire retórico, una monotonía que enfría, que agota casi. Estos excesos se notan también en los retratos femeninos (…) y en las escenas de amor. No se trata de la extensión, no se trata de la amplitud de la pincelada, sino de intemperancia. Y junto a ello está la utilización frecuente de palabras que no convienen en absoluto al género de sus relatos”.
La respuesta de Gorki no se hace esperar. Se nota que sabe encajar los golpes, apenas rebate la crítica, al contrario, piensa que Chejov tiene razón en todo cuanto dice.
“Me ha escrito una carta bastante larga, Anton Pavlovich; es exacto y cierto cuanto dice de mis expresiones ampulosas. No consigo desterrarlas de mi vocabulario; lo que más me lo impide es el temor a ser vulgar. Además, me precipito siempre en alguna parte, hago deprisa y corriendo todo cuanto escribo, y lo que es peor, vivo exclusivamente de mi trabajo literario. No sé hacer ninguna otra cosa”.
Suponemos que a Gorki le empuja un deseo de perfección. Cree que tiene margen de mejora y que Chejov le va ayudar a mejorar. Tan agradecido está que le quiere dedicar su último libro (Tomas Gordiev). Chejov acepta la dedicatoria y, de paso, le da algunos consejos. Entre ellos el siguiente. Se ve que nunca es tarde para realizar nuevas correcciones.
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