Artículo de Francisco Umbral sobre Gabriel García Márquez (con referencia al editor Mario Lacruz)

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LOS PLACERES Y LOS DIAS

García Márquez vuelve a la actualidad porque está corrigiendo la novela que le hizo universal, porque cumple años aproximándose a sus «cien años de soledad» y porque le toca siempre en el mapa literario de esa actualidad que protagonizan sólo unos cuantos.
Eso de corregir y retocar el libro intocable es una manía genial de García Márquez, que se ha hecho famosa como la magdalena de Proust o los cuentos navideños de Dickens. Pero además de una manía viene a ser un recurso importante para la vigencia del libro y su carácter de clásico, que se renueva por mano del autor, cada cierto tiempo y quizá al aire de los tiempos, pues las nuevas generaciones acaban leyéndolo y quizá las renovaciones afectan más a lo político que a lo literario.
Los especialistas en este gran escritor podrían decirnos dónde queda, por ejemplo, el castrismo de García Márquez, que suponemos en pie dada la fe en la continuidad esencial del gran maestro. Cuando salió su segunda novela, El otoño del patriarca, la cosa no funcionó mucho bajo las abrumaciones de la primera. García Márquez se insolentó con sus editores, o sea Mario Lacruz, quien me contaba en Barcelona que el novelista atribuía el fracaso a la mala edición y a la pobreza de la portada, que se despegaba. Pero han pasado muchos años y ese libro sigue despegándose de la afición. Un escritor importante, como García Márquez, no puede admitir el fracaso o el error. Seguramente a Cervantes también se le despegaban las portadas en su imprenta de la calle Atocha de Madrid.
«No le toques ya más que así es la rosa», que dijo Juan Ramón Jiménez, a quien creemos que ha leído el novelista. Sin embargo él sigue tocando la rosa de su estilo, de su manera personalísima, de sus acumulaciones y de su talento. La clave de ese talento piensa uno que está en la magia de contar la infancia de acuerdo con la magia infantil. Generalmente, el novelista que recurre a escribir su infancia la trae al presente y es fiel a la memoria de la vida. El acierto de García Márquez está en contarlo todo sin infantilismo pero con recursos literarios de la época que está narrando. Quiere decirse que no desaprovecha al niño que cuenta sino que baña en esa magia primeriza todo el libro, empezando por el padre o abuelo (aquí va muy bien la confusión) que le llevó por primera vez a conocer el hielo.



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